jueves, 12 de enero de 2012

El hombre que no sabía amar

"Necesito un cambio, no sé muy bien cuál. Quizá me vaya a vivir a otra ciudad... Estoy cerca de cumplir cincuenta años y tengo la sensación de no haber hecho nada con mi vida."

Eso no es posible, pensé, un hombre sano, inteligente, agradable, con un buen nivel de vida y muchas horas de vuelo a sus espaldas (tanto reales como figuradas) no debería sentirse así respecto a su existencia.

"Es que, aunque parezca increíble, nunca me he enamorado..."


Escuchar una frase como esa puede dejar sin palabras a cualquiera, incluso a mí, que tengo opinión sobre casi todo y una enfermiza tendencia a compartirla, tanto si me la piden como si lo mejor que podría hacer es tragármela.


Esa confesión entre recién conocidos, auténticos extraños, aunque más que acostumbrados a esos momentos de intimidad repentina en mitad de la noche, en mitad del Atlántico; esa confesión me produjo un viaje inesperado y fugaz, algo parecido a ese recorrido por las escenas importantes de la vida, que tantas veces han descrito quienes han tenido una experiencia cercana a la muerte. Solo que en este caso me vinieron a la mente los momentos de enamoramiento, de fascinación y de intenso amor.


Al cabo de unos minutos de silencio, en absoluto incómodo, lo único que salió de mi boca fue: "Y también llorar... Nunca me he sentido más viva y he encontrado más valiosa la vida que cuando he llorado por amor, hasta caer de rodillas..."

"Ya me gustaría", contestó.


Y seguimos con nuestros quehaceres y nuestra charla insustancial como si nada, como cualquier otra noche de trabajo, como una noche en la que no nos hubiéramos asomado al fondo de nuestras almas.

viernes, 6 de enero de 2012

Sólo cinco minutos

Cinco minutos que saben a gloria. 
Cinco minutos benditos.
Cinco minutos de calor, de mimos.
Cinco minutos de hogar, de reencuentro.
Cinco minutos con vocación de eternos.
Cinco minutos rabiosos y dulces.
"Sólo cinco minutos más, sólo cinco"...
Mi cabeza apoyada en tu hombro, nuestras piernas enlazadas, mi mano en tu pecho.
Cinco minutos más en mi mundo perfecto, antes de verme abocada a salir al otro, al frenético, ruidoso y frío; ese mundo que es de todos y de ninguno.
Cinco minutos más que me regalo, que necesito.
Cinco minutos robados al tiempo, a la responsabilidad, al desayuno.
Cinco minutos que se convierten en diez, en carreras, en promesas incumplidas e incumplibles de "nunca más". 
Esos maravillosos cinco minutos a solas contigo son la vida, el Sueño, la dulce recompensa que compensa el tener que madrugar y luchar contra el cansancio y la rutina sabiendo que con el próximo despertador también vendrán esos mágicos, irrepetibles y (¡gracias al cielo!) frecuentes cinco minutos.