sábado, 25 de agosto de 2012

Cielos de agosto

Pido perdón de antemano: No soy poetisa, ni pretendo serlo. Lo que viene a continuación es simplemente una lista de sensaciones vividas durante una línea de dos días a Río de Janeiro y revividas a causa de la canción "Aguas de marzo".

 "Aguas de Marzo" - Tom Jobim y Elis Regina

Es una mañana sin luz, unos ojos de sueño, un calor sofocante, un dormido te quiero.

Es una prisa conjunta, un vuelo rumbo a Madrid, es un bocadillo a medias, es un soy tan feliz.

Es un despegue hacia Río, son 10 horas de avión, son ilusiones, son mimos, es un trabajo, es un lujo.

Es tenerte a mi lado, ver juntos el Corcovado, Copacabana, Pão de Açúcar, es la Bossa, es el frango.

Es hacer cientos de fotos con el sol de aliado, es el carácter carioca, son las risas, las olas.

Es tener miedo al reloj, el viaje se termina, nos volvemos a casa, nunca a la rutina.

Son los cielos de agosto, de junio o de enero, la promesa de cada día: un horizonte nuevo.



Muchos saben que los trabajadores de compañías aéreas tenemos billetes muy económicos para nuestros familiares. Sin embargo, lo que casi nadie conoce es que estos billetes no tienen derecho a reserva, por lo que no sabes hasta el último momento si podrán volar o no. No todo el mundo tiene el espíritu aventurero necesario para volar al otro lado del mundo sin tener la plaza de vuelta confirmada.

Desde aquí mi homenaje a esos familiares que nos acompañan alguna vez a nuestro destino, pasando tantas horas en vuelo como las que permanecerán allí, a los que no dedicamos más que un guiño furtivo durante el camino para no hacer distingos con el resto del pasaje.

Con ellos a bordo el trabajo es, más que nunca, alegre e ilusionado, el destino, tantas veces visitado, es redescubierto y toda la experiencia se convierte en un recuerdo imborrable.


domingo, 12 de agosto de 2012

Presas de un hombre bueno


No sé qué pasa últimamente a mi alrededor. No creo que se hayan puesto de acuerdo las mujeres de mi entorno para sufrir a la vez la misma dolencia y, por muchas culpas que tenga la crisis, me niego a adjudicarle también el origen de este mal que, al menos en principio, poco tiene de económico.

La cuestión es que en los últimos tiempos vengo observando como bastantes mujeres que conozco (mujeres que son atractivas, interesantes, cariñosas y solventes) sufren el abuso de sus parejas. Un abuso que todo el mundo puede ver, bueno... todo el mundo menos ellas. Y no me refiero a los malos tratos físicos, ni mucho menos, pero, en ocasiones he llegado a pensar que quizá sería mejor que así fuera, que quizá una bofetada a tiempo les haría despertar de esa ensoñación absurda, de ese empeño en ver a sus parejas no como son sino como a ellas les gustaría que fueran.

Soportan con una sonrisa congelada todo tipo de desprecios, desatenciones y faltas de respeto. Ellos no las tienen en cuenta a la hora de decidir nada y remarcan cualquier error que puedan cometer, por pequeño que este sea, para poder justificar así su falta de derecho a elegir, a que sus deseos sean escuchados, a que su opinión valga.

Mujeres que llegan a creer que no merecen nada porque estos descerebrados, ciegos y sordos (así han de ser para convivir durante años con un ser humano entregado, amable, divertido y sexy y no verlo) les han convencido de que deben estar agradecidas tan sólo por disfrutar de su presencia.

Mujeres que cuando te cuentan lo que les pasa, porque de alguna manera tienen que liberar la presión que sienten, lo adornan con justificaciones y las explicaciones más rocambolescas: "no me acompañó a urgencias aquella noche que me puse tan enferma pero, es que el pobre había madrugado mucho",  "yo atravesaba una situación muy difícil y prefirió no darme apoyo porque pensó que así me haría más fuerte", "es verdad que yo estuve a su lado y me sacrifiqué por él en sus malos momentos pero, lo hice porque quise, él no me lo pidió, así que si ahora él prefiere salir con sus amigos en vez de ayudarme no tengo por qué sentirme decepcionada"...

Al final no sé si va a ser que el problema es que yo soy muy exigente pero, estas situaciones que me plantean como normales que, digan lo que digan, ni para ellas lo son (no se cuenta una situación normal con la voz temblorosa y los ojos  humedecidos) para mí no son comportamientos aceptables ni siquiera en una relación de amistad, mucho menos lo son para una pareja.

A veces he llegado a pensar que los soportan por el sexo, ya que no por sus detalles, su comprensión o su cariño. Sin embargo, en confianza y tras alguna desinhibidora copa de vino, alguna me ha confesado que disfruta poco en la cama porque (quién lo habría imaginado...) él va directamente a buscar su placer y la deja a medias.

En fin, pues será que soy una ingenua pero a mí de pequeñita me contaron que la pareja es esa persona que te complementa, que te hace sentir fuerte y capaz de todo, que quiere formar parte de tus planes, ayudarte a hacer realidad tus sueños, que besa tus ojos cuando están llenos de lágrimas y que te hace sonreír y reír el resto del tiempo. Me contaron eso, me pareció sensato y es así como vivo mi relación, si no no tendría sentido.

Por eso cuando alguna de esas tristes mujeres intentan defender a su contrario o contrincante (son las palabras que quizá mejor definan la relación que están viviendo) diciendo "sigo con él porque es un hombre bueno" yo me pregunto si para mí las palabras tienen el mismo significado que para ellas. No me cabe en la cabeza que un hombre bueno te falte al respeto, te insulte, te ningunee. Y tampoco compartiría mi vida con alguien que sólo tenga esa cualidad, ¿dónde quedarían la pasión, el sentido del humor, la alegría, la magia? No querría compartir mi vida con un santurrón y no entiendo en qué momento esas mujeres decidieron que si un hombre no mata, roba, ni pega a nadie tiene todo lo que necesita para que ellas les entreguen su vida y sus ilusiones.



miércoles, 27 de junio de 2012

Cuestión de principios

A medida que voy cumpliendo años me voy dando cuenta de que muchos límites se difuminan, mientras que algunas líneas rojas se van marcando con luces intermitentes, avisos sonoros y hasta multas de consideración. Siempre dije de mí misma que era una persona sin manías, y ahora no sé si me he vuelto maniática o más sabia pero, lo cierto es que hay cosas que me niego a aceptar.

Recientemente una persona a la que tenía mucho aprecio, a la que abrí mi corazón, mis brazos y mi casa me dejó sin palabras (no porque no las tuviera sino porque no iban a ser buenas) con una frase aparentemente inofensiva, pero que me sentó como una bofetada en los oídos: "Lo soporté porque soy muy tolerante y generosa".

No se refería a mí sino a la persona que más quiero, que le estaba pidiendo perdón por haber estado ensimismado y seco mientras atravesaba una crisis personal de importancia. Pero que sí que había sido generoso y más que considerado con ella, comprensivo y atento con sus circunstancias. Pensé: "Sí, es muy generoso de tu parte que le toleres en su propia casa". Algo dentro de mí se rompió en ese instante, intenté no pensar más en ello pero, no puedo olvidarlo porque sí lo considero importante.

En mi estadística personal he comprobado que todo aquel que presume de generosidad, elegancia o relevancia rara vez las posee. Estas virtudes y muchas otras brillan por sí mismas, cuando tienes que publicitarlas algo falla y quizás sea porque se esté más atento a lo que los demás piensen de uno que a cultivarlas.

En cuanto a la tolerancia: si me toleras no me comprendes, lo que haces es juzgarme, declararme culpable y "generosamente" soportarme. Eso lo espero de un vecino o un conciudadano sí, pero no de un amigo. Los amigos se eligen, y yo elijo no pasar mi tiempo con alguien que me soporta, me parece una forma terrible de perderlo.


miércoles, 9 de mayo de 2012

La importancia de llamarse Ernesto, o Juan, o Pedro

El siempre genial Oscar Wilde escribió una comedia para el teatro llamada "The Importance of Being Earnest" jugando con el doble sentido que este título tiene en inglés y que, lamentablemente, se pierde al traducirlo a nuestra lengua. Fonéticamente se puede traducir como "La importancia de ser entusiasta" o "La importancia de ser serio" y también como "La importancia de llamarse Ernesto".

Este título y lo caprichosa que puede ser la vida fueron las dos ideas que me vinieron inmediatamente a la cabeza al escuchar una conversación en la peluquería en la que me acababan de cortar el pelo.

Allí estaba yo, sentada mientras esperaba a que la coloración hiciera su efecto y distraída escuchando conversaciones ajenas (lo admito, es una mala costumbre que tengo y que me divierte mucho). De esa forma me enteré de que acababan de contratar a una joven llamada del mismo modo que otra compañera más antigua, lo que estaba dando lugar a confusiones porque cuando llamaban a alguna de las dos para atender a los clientes se presentaban ambas. Entre risas y anécdotas una de las encargadas del local le reconoció a la señora a la que estaba peinando que en una ocasión tuvo que elegir un nuevo empleado y, a pesar de que una de las candidatas era idónea para el puesto, no la contrató porque se llamaba igual que ella y eso no le había gustado.

Fue el mismo Oscar Wilde quien, con la ironía que le hizo tan célebre, comentó que "las tragedias de los otros son de una banalidad exasperante". Y, aunque no lo dijera en este sentido, creo que es una frase que le va al pelo a esta situación. La tragedia de no encontrar trabajo en este caso no se debe a la falta de preparación, de actitud o de aptitud sino a la banal fatalidad de que el nombre de la solicitante coincidiera con el de la encargada de contratarla.

Estando la situación económica como está tengo a varios amigos en desesperada búsqueda de empleo, y yo misma temo por el futuro del mío. Ellos pasan sus días entregando currículos, solicitando entrevistas, repasando idiomas y poniendo al día todo tipo de conocimientos que creen que les pueden hacer más "contratables". Con cada negativa o ausencia de respuesta por parte de las empresas a las que aspiran se vuelven a examinar: repasan todo lo que han dicho, cómo se han presentado; revisan su aspecto y su actitud; se plantean nuevos enfoques... Me dan escalofríos de pensar que los pueden haber rechazado por su nombre de pila, por su color de pelo, o porque se parecen a una cuñada del entrevistador a la que no puede soportar.

Aunque por otro lado, tampoco me extrañaría demasiado: conozco un jefe de personal que considera que toda mujer con una talla 42 es "una foca", y que por encima de los 35 años somos todas unas "viejas sin ningún interés". Ahora bien, el susodicho no tiene ningún reparo hacia sus colegas con sobrepeso y canas si son de su mismo sexo.

A pesar de que mucha gente opina que el feminismo en nuestra sociedad ya no es necesario, desgraciadamente no hace falta buscar mucho para encontrar casos que demuestran lo contrario. Los temas de racismo y xenofobia son aún más evidentes pero, reconozco que la discriminación por nombre de pila es totalmente nueva para mí, aunque no es que tenga menos sentido que las anteriores, así que, quizá no debería sorprenderme tanto. Supongo que lo que más me sobresalta es que alguien sea capaz de reconocer abiertamente su absoluta falta de empatía, sensibilidad y sentido común.

Llega un momento en el que, siendo perfectamente consciente de la cantidad de injusticias cotidianas que no podemos evitar, empezaría a conformarme con que por lo menos nadie se jactara de ellas. O, como diría Wilde: "No hay cosa que más se parezca a la inconsciencia que la indiscreción".

Oscar Wilde 1854-1900

martes, 17 de abril de 2012

La destilación del mal

       Estos días se está juzgando al asesino Anders Breivik, autor de la terrible matanza de Utoya. Están intentando determinar si decidió conscientemente llevar a cabo ese horror o si lo hizo como resultado de alguna enfermedad mental. En mi opinión poco importa, ya sea voluntariamente o porque no puede evitarlo, a una persona capaz de hacer algo así habría que apartarla de la sociedad de por vida. Quizás estén tratando de averiguarlo sólo para decidir en qué tipo de institución lo han de encerrar. En cualquier caso, de lo que quería hablar en esta ocasión es de que cuando se producen este tipo de macabros acontecimientos nunca faltan esas voces que los relacionan con la violencia a la que estamos expuestos a través de los medios de comunicación, las películas y los cómics.

       Como aficionada a ambos géneros, estos comentarios me producen un rechazo casi instantáneo. En cuanto los escucho me vienen a la mente algunas escenas gloriosas de extrema violencia, que no tan sólo no habrían de evitarse sino que hasta considero enriquecedoras. Escenas que reproducen batallas históricas con la crudeza de la realidad y no con la edulcoración de los años 50, o que nos muestran cómo actúan las mafias de todo tipo y que, lejos de hacer apología de la violencia, provocan nuestro rechazo y por tanto la denuncian. Historias épicas que, a pesar de la violencia que exhiben, exudan romanticismo e ideales, ¿o no es una auténtica maravilla la batalla final de "Blade Runner", en la que el replicante le perdona la vida a Decker para no morir solo, para transmitir su memoria y porque en ese momento valora la vida por encima de todo?
       Luego están todas esas historias de superhéroes, de magos, de vampiros, que recrean todo tipo de leyendas y mundos que nunca existirán más que en la mente de los humanos. ¿Deberíamos censurar las batallas de la Tierra Media, del bien contra el mal, de "El Señor de los Anillos"?, ¿o la caza y la muerte del "Drácula" de Ford Coppola? Esta última película es una auténtica oda al amor inmortal, a pesar de la crudeza de sus imágenes.
       Tampoco hay que olvidar las historias que hacen parodia de la violencia, mostrándola exagerada, ridícula, absolutamente absurda y, haciendo que nos riamos de ella en cierto modo la exorcizan. Todas esas escenas excesivas de las películas de Tarantino, las luchas imposibles contra los supervillanos de las películas de James Bond o incluso las múltiples desgracias de los personajes de los dibujos animados, como el Coyote que siempre sale accidentado tras perseguir al Correcaminos.

       Pues bien, tras esta defensa por la libertad de expresión de los artistas para representar lo que les dé la gana en sus obras, violencia incluida, voy y digo lo contrario... Bueno, no exactamente, me explico: sigo defendiendo esa libertad y cada uno que elija qué es lo que quiere ver, leer o experimentar (faltaría más). Lo que pasa es que reflexionando sobre alguna experiencia previa me doy cuenta de que hay ocasiones en las que es muy difícil liberarte de una imagen o de una emoción por mucho que lo intentes, y no estoy segura de que todo el mundo sea capaz o de que ni siquiera se dé cuenta de cuanto le ha marcado.

       Como comenté en mi entrada anterior, el visionado de "El caballo de Turín" me produjo una desolación de la que me costó recuperarme. Hace algunos días alquilé "Sin City", la versión cinematográfica del cómic del mismo nombre (que no había leído) y tuve que dejarla a la mitad porque me sentí físicamente incapaz de terminarla y aún más tiempo atrás compré un ejemplar en tapa dura de "From Hell" que, a medida que lo iba leyendo, me iba produciendo tal angustia e inseguridad que no tan sólo lo abandoné antes de haber terminado de leer un tercio, sino que lo hice en un contenedor de basura. Es la única vez en mi vida que he tirado un libro, siempre los regalo o hago bookcrossing con ellos pero, en esta ocasión, tuve la sensación de estarme deshaciendo de una alimaña, no le deseaba a nadie que sintiese lo mismo que yo al leerlo.

       Estas tres obras han sido muy aclamadas por la crítica (en el caso de "Sin City" me refiero a la historia original, no a la película). Las tres están impecablemente ejecutadas y, seguramente por eso, las tres me han dejado una mancha en el ánimo que me está costando borrar.

       Tengo la sensación de que es algo parecido a un perfume. Hay perfumes para todos los gustos y, al igual que pasa con la música (no se pueden cerrar las orejas) te asaltan por sorpresa para tu disfrute o tu desagrado. En cualquier caso, se han elaborado con la intención de gustar, de provocar una emoción o sentimiento, de evocar un lugar o un recuerdo. Tomando esencias puras en muy bajas dosis se busca un resultado final equilibrado. Sin embargo, esas esencias puras son de tal intensidad que no resultan nada agradables al olfato y si te las pusieras directamente sin diluir, te resultaría insoportable, no serías capaz de oler otra cosa y tardarías mucho rato en deshacerte de ese olor punzante y viscoso que impregnaría tu ropa y toda tu piel.

       Estas tres obras me han producido el efecto de haberme perfumado las ideas con una esencia pura, la esencia de la desesperanza, de la violencia sin sentido y del mal, respectivamente. Una sensación viscosa que se cuela entre los surcos de mi cerebro como el líquido en la arena seca y que reaparece de cuando en cuando haciéndome sentir impotente. Son obras que deberían llevar un rótulo de advertencia, un aviso de efectos secundarios con la leyenda "si atraviesa este umbral puede resultar dañado"...




viernes, 17 de febrero de 2012

El caballo de Turín y la burra de Barcelona

Estas son algunas de las palabras y expresiones leídas por mí en el el periódico La Vanguardia del pasado miércoles:

"Obra maestra", "imprescindible", "necesaria rebeldía", "largas colas", "aquellos que se quedan sin entradas lloran lo que se han perdido", "ocasión única"... (puede que no fuera literalmente así, pero este era en esencia el mensaje)

Esta es la obra en cuestión, objeto de tanto elogio y entusiasmo:


Y esta soy yo:


Burra, más que burra, me sentí durante la proyección y al final de la película. Burra por hacer más caso a la crítica que a mi instinto, que en estos casos no me suele fallar y que me dio más de un aviso que no quise escuchar.

Debí pensármelo dos veces cuando vi la extraña cola que se amontonaba frente a la taquilla, gente variada en edad y atributos físicos pero, con una extraña característica común. Pareciera que estaban todos de acuerdo en eliminar todo atisbo de belleza de sus vidas. Tenían gestos adustos como si llevaran la carga de los males del mundo a sus espaldas. Alguno parecía no haber comido caliente en su vida por voluntad propia y, me atrevería a afirmar, que había al menos dos que, a pesar de haber obtenido algún complejo doctorado sobre la ontología de los usos y costumbres del ser humano, desconocían la existencia de un objeto de arraigada tradición en nuestra sociedad: el peine (primer aviso).

Luego me enteré de que se trataba de una última película porque su aclamado autor, el húngaro Béla Tarr, ya había dicho todo lo que tenía que decir (segundo aviso).

Al leer el folleto informativo sobre la película descubrí que dicho director, y el movimiento tardo-modernista en el que se engloba, gusta de las escenas en tiempo real para hacernos más intenso su mensaje y que la película constaba de 30 de dichas escenas. Tanto en la columna de La Vanguardia, como en los anuncios y en el folleto informativo se hacía referencia al encuentro de Nietzsche con el caballo, lo que hacía más atractiva la idea de ver una película en la que aparece un personaje tan interesante e influyente.

Sin embargo, empieza la proyección y una voz en off nos relata ese encuentro y queda claro que está será la única aparición de Nietzsche  (tercer aviso). En su lugar, empiezan a sucederse las escenas de la durísima vida cotidiana de un carretero, su hija y su caballo. He de ser honesta y reconocer que la película posee grandes cualidades: una fotografía en blanco y negro de gran dramatismo e impacto, unos enfoques y movimientos de cámara de gran fuerza e impecable ejecución. Si definimos obra de arte como aquella obra que provoca nuestras emociones más profundas y que nos deja una imagen imborrable, tengo que admitir que es cierto: El caballo de Turín de Béla Tarr es una obra maestra, no puedo negarlo.

Lo que me pregunto es si quiero pasar mi precioso tiempo, con lo corta y bonita que es la vida, viendo una obra que me transmite desolación y vacío. Con la que no he aprendido o descubierto nada, que no me ha hecho pensar sino que ha dejado mi mente en blanco, que la única huella que ha dejado en mí es la de la desesperanza.

Me pregunto si quiero salir del cine de la mano de mi pareja, no tanto por amor, sino para sujetarnos el uno al otro, febriles ambos, con el estómago revuelto, intentando cantar a dúo algo alegre para borrarnos de la mente la única melodía repetitiva y lacerante que, junto con la del viento, hemos oído durante los 146 minutos, y que se ha quedado clavada en nuestros cerebros como si la hubieran metido con un berbiquí.

Me pregunto si merece la pena ir a ver una obra que al terminar la tercera escena me hace pensar "uf, ya sólo quedan 27" (cuarto aviso).

Me pregunto si de verdad quiero, después de ver en tiempo real como se desbrida y estabula a un caballo y se desviste y viste a un anciano discapacitado, ver como la protagonista introduce dos patatas en una olla con agua y escuchar la voz horrorizada de Javier en mi oído diciendo "¡dios mío!, ¿cuánto tiempo tarda en cocerse una patata?"

martes, 14 de febrero de 2012

Un merecido homenaje

Recién vista y disfrutada la preciosa película "La invención de Hugo" de Martin Scorsese, no puedo evitar hacer recuento mental de algunos excepcionales seres humanos que dedicaron sus vidas a investigar, inventar y soñar y que consiguieron hacer las nuestras un poco más felices o, cuando menos, más cómodas. Personas movidas por su loca pasión, su absoluta determinación de desarrollar sus talentos y sus ideas y que, a pesar de merecer toda nuestra gratitud y reconocimiento, para nuestra eterna vergüenza acabaron sus vidas pasando apuros.

Los hermanos Wright y su deseo de volar, Nikola Tesla y su extraordinaria mente científica, Alan Turing y su capacidad para descifrar y crear cualquier código, Georges Méliès y su desbordante fantasía...

Sin ellos, y otros como ellos, no existirían las aerolíneas, los electrodomésticos, los ordenadores, Hollywood y sus maravillosas creaciones y tantas, y tantas otras cosas que hoy forman parte de nuestra vida diaria.

Aún así parece que seguimos sin aprender y que la mayoría de nosotros sigue respetando más que a nadie a esos altos ejecutivos, adinerados y sin escrúpulos, que se aferran a su recién conseguido tesoro, la nueva reforma laboral, como un perro rabioso a su hueso. Personas con poder pero sin ideales, cuyo valor se mide por su cuenta bancaria, que no aportan nada a la sociedad ni a nuestro futuro y que encima se atreven a mirar con desprecio a la gente creativa, a los apasionados, a los soñadores, a los que tildan de improductivos y de estar fuera de la realidad.

No será admirando y queriendo emular a gente como esta que podremos superar la tan cacareada crisis -qué harta estoy de la palabrita-, sino animando y apoyando a los que quieren recorrer nuevas sendas, construir, aportar su grano de arena y todo su talento para beneficio de todos.

Spoiler alert: a estas alturas ya te habrás dado cuenta de que la película que dio inicio a este comentario relata la vida de uno de estos genios. Quizá debía haberlo avisado antes. Aunque te haya desvelado un dato importante de la película antes de tiempo, no dejes de verla: es una auténtica delicia.


miércoles, 8 de febrero de 2012

Nivel superado. Siguiente nivel. Ahora sin manos...

Hoy tengo la necesidad de escribir sobre la situación personal que atravieso. No es que no sean personales todos los escritos que llevo aquí publicados, todos tienen que ver con aspectos de mi vida de una u otra forma, o con mis sentimientos -nada hay más personal-. Sin embargo, procuro no dar detalles concretos sobre mi vida que no juzgo necesarios para expresar lo que quiero compartir. En esta ocasión romperé esta norma, pues algunos de esos detalles son imprescindibles para explicar lo que me pasa:

Hace poco más de dos años falleció mi madre a causa de una metástasis en hígado y pulmones, un cáncer que, estoy casi segura, se empezó a gestar a raíz de la muerte de mi padre, que nos pilló a todos desprevenidos y que, especialmente a ella, resultó devastadora. Desde entonces venimos retrasando una y otra vez un viaje a Galicia, tierra en la que ambos nacieron, se casaron y concibieron a sus hijos, para depositar allí sus restos, tal y como a ellos les habría gustado. Viviendo cada hijo en una ciudad distinta, han sido necesarias varias vueltas a la agenda para ponernos de acuerdo en una fecha. Finalmente, iremos a Vigo a finales de este mes.

La proximidad de este viaje me tiene el corazón y la cabeza un poco revueltos: sueño con ellos, me vienen a la memoria situaciones, conversaciones, anhelos compartidos. Me pregunto si hice todo lo que pude por aliviar su sufrimiento, si fui la hija que querían tener, si supieron lo afortunada que siempre me he sentido porque fueran mis padres...

Pero la vida, con su particular sentido del humor -la muy cabrona- no me va a permitir vivir esta última y simbólica despedida con la tranquilidad de espíritu que me gustaría. No, eso sería muy fácil.

Hace sólo unos días que la empresa en la que trabajaba mi pareja, fruto de una pésima gestión, cerró dejando más de 2.500 trabajadores en la calle, entre ellos buenos amigos, algunos padres recién estrenados y trabajando ambos allí. A pesar de que confío plenamente en su valía y estoy segura de que conseguirá un nuevo empleo en poco tiempo, toda esta situación es muy triste y hay momentos en los que tanto a él como a mí se nos nubla el ánimo. Además, las opciones de trabajo que tiene a la vista son todas fuera de Barcelona, ciudad en la que ahora vivimos y que, desde el primer día en el que aquí residí, he sentido como mi sitio en el mundo. Me paso el tiempo viajando y, aunque me encuentro a gusto en todas partes, no es hasta que llego a Barcelona que me siento "en casa".

Por si todo esto fuera poco, la empresa en la que trabajo se encuentra en un proceso de cambio. Según la dirección no tenemos motivos de preocupación pero, a poco que se piense en ello los números cantan: ¿cómo se va a prescindir de aviones en una aerolínea y a mantener los mismos puestos de trabajo?, ¿es que piensan pagarnos por no trabajar? Para combatir esta situación hay convocada una huelga sobre la que hay casi tantas opiniones como trabajadores, con lo que cuesta mucho tomar una decisión. Y si la decisión de hacer huelga o no es difícil, llevarla a cabo es aún más duro ¿os imagináis metidos en un avión durante 12 horas dando paseos de seguridad cada 15 minutos y negando todo aquello que os pidan los 340 pasajeros -salvo agua y una comida- con solo un "lo siento, estoy en huelga"? Aún peor: ¿os imagináis en esa situación por el pasillo de la derecha mientras en el pasillo de la izquierda tu compañero, que no está de acuerdo con la huelga, está trabajando con absoluta normalidad?




Hay quien dice que estamos en la vida para aprender y que, según vamos asimilando las enseñanzas que se nos presentan por el camino, las dificultades son cada vez mayores; como si fuéramos aprobando cursos en los que los ejercicios y los exámenes son cada vez más difíciles. Algo así como esos juegos de ordenador en los que vas superando niveles y, con cada nivel, van apareciendo más dragones y más fosos y más fuegos que vadear... No sé en que nivel del juego de la vida me encuentro, pero estos días tengo la tentación de mirar a mi alrededor antes de dar un paso por si también ha desaparecido el suelo, si hay alguien poniendo la zancadilla o si a la vuelta de la esquina me espera un premio... y un nuevo nivel que recorrer.

lunes, 6 de febrero de 2012

La escafandra y la mariposa

Llevo días dándole vueltas a todas las ideas y emociones que me ha generado esta bellísima película de Julian Schnabel que desde aquí me gustaría recomendar.

Está basada en la espeluznante experiencia de Jean Dominique Bauby. Se trata de la historia de un encierro: el protagonista sufre una, afortunadamente infrecuente, lesión del tronco cerebral que le ocasiona una parálisis casi completa, dejándole el movimiento de uno de sus ojos como única vía de comunicación con el exterior de sí mismo. Sin embargo, su consciencia, su imaginación y su memoria permanecen asombrosamente claras.

Esa terrible condena, que parece diseñada por un dios despiadado, un dios menor en todo caso, con una mente tan perversa como la del más mísero de los humanos, pareciera que lleva implícita la imposibilidad de ser feliz. A pesar de ello Bauby llega a disfrutar de exquisitos y delicados momentos de felicidad, como él mismo nos relató en un libro que escribió durante su cautiverio. Su pasión por la belleza, la fuerza de sus recuerdos y la capacidad de crear nuevas imágenes con ellos seguían intactos y poderosos. En una ocasión una de sus visitas le recomendó aferrarse a lo que le quedaba de humano para sobrevivir y, tras ver lo que la vida te puede deparar, no puedo evitar preguntarme qué es eso que nos hace humanos ¿nuestra independencia?, ¿la libertad?, ¿nuestras ideas?, ¿los sentimientos?

Ahora que conozco su historia estoy aún más convencida de que lo que nos hace humanos y da sentido a nuestras vidas es la capacidad de amar y, más incluso, la de generar amor. Bauby encontró sentido a su vida intentando ser la figura paterna que sus hijos necesitaban, aunque fuese una figura tan limitada. Dejándose amar por las personas que le dedicaban sus abnegados cuidados. Relatando su experiencia para beneficio de todos.

Su vulnerabilidad no fue en absoluto escogida pero, tener que rendirse a ella y depender del auténtico amor de los suyos, le hizo ver cuantas veces lo había minusvalorado. Cuan a menudo no nos entregamos a los sentimientos, no manifestamos lo importante que es una persona en nuestras vidas, por temor a mostrar debilidad. Y qué difícil es querer a una persona tan fuerte que parezca no necesitar a nadie...

Ya sé que se trata de un recurso muy viejo: "Con la de desgracias por las que algunas personas tienen que pasar y aún así consiguen que sus vidas tengan sentido, con qué derecho nos vamos a quejar sólo por sufrir problemas cotidianos". No estoy del todo de acuerdo con este planteamiento, creo que no tan sólo tenemos derecho a quejarnos sino que hasta es saludable. Creo que va bien desahogar la frustración, permitirnos un momento de rabia, e incluso las lágrimas si las necesitamos. Pero también creo que podemos aprender mucho de casos como este y que ¡hasta es nuestra obligación! Si no estaríamos despojando a Bauby de parte de la trascendencia y el sentido que tuvo su vida y ¡a eso sí que no tenemos derecho!



jueves, 12 de enero de 2012

El hombre que no sabía amar

"Necesito un cambio, no sé muy bien cuál. Quizá me vaya a vivir a otra ciudad... Estoy cerca de cumplir cincuenta años y tengo la sensación de no haber hecho nada con mi vida."

Eso no es posible, pensé, un hombre sano, inteligente, agradable, con un buen nivel de vida y muchas horas de vuelo a sus espaldas (tanto reales como figuradas) no debería sentirse así respecto a su existencia.

"Es que, aunque parezca increíble, nunca me he enamorado..."


Escuchar una frase como esa puede dejar sin palabras a cualquiera, incluso a mí, que tengo opinión sobre casi todo y una enfermiza tendencia a compartirla, tanto si me la piden como si lo mejor que podría hacer es tragármela.


Esa confesión entre recién conocidos, auténticos extraños, aunque más que acostumbrados a esos momentos de intimidad repentina en mitad de la noche, en mitad del Atlántico; esa confesión me produjo un viaje inesperado y fugaz, algo parecido a ese recorrido por las escenas importantes de la vida, que tantas veces han descrito quienes han tenido una experiencia cercana a la muerte. Solo que en este caso me vinieron a la mente los momentos de enamoramiento, de fascinación y de intenso amor.


Al cabo de unos minutos de silencio, en absoluto incómodo, lo único que salió de mi boca fue: "Y también llorar... Nunca me he sentido más viva y he encontrado más valiosa la vida que cuando he llorado por amor, hasta caer de rodillas..."

"Ya me gustaría", contestó.


Y seguimos con nuestros quehaceres y nuestra charla insustancial como si nada, como cualquier otra noche de trabajo, como una noche en la que no nos hubiéramos asomado al fondo de nuestras almas.

viernes, 6 de enero de 2012

Sólo cinco minutos

Cinco minutos que saben a gloria. 
Cinco minutos benditos.
Cinco minutos de calor, de mimos.
Cinco minutos de hogar, de reencuentro.
Cinco minutos con vocación de eternos.
Cinco minutos rabiosos y dulces.
"Sólo cinco minutos más, sólo cinco"...
Mi cabeza apoyada en tu hombro, nuestras piernas enlazadas, mi mano en tu pecho.
Cinco minutos más en mi mundo perfecto, antes de verme abocada a salir al otro, al frenético, ruidoso y frío; ese mundo que es de todos y de ninguno.
Cinco minutos más que me regalo, que necesito.
Cinco minutos robados al tiempo, a la responsabilidad, al desayuno.
Cinco minutos que se convierten en diez, en carreras, en promesas incumplidas e incumplibles de "nunca más". 
Esos maravillosos cinco minutos a solas contigo son la vida, el Sueño, la dulce recompensa que compensa el tener que madrugar y luchar contra el cansancio y la rutina sabiendo que con el próximo despertador también vendrán esos mágicos, irrepetibles y (¡gracias al cielo!) frecuentes cinco minutos.