jueves, 28 de abril de 2011

El manual de mensajes del Conejo de la Suerte

       Lo habitual en las compañías aéreas es que las frases que se emiten por la megafonía del avión no sean improvisadas. Los tripulantes, tanto de cabina como técnicos, tenemos a disposición un manual de mensajes diseñado por la aerolínea para evitar improvisaciones poco afortunadas (no siempre lo consiguen) y con la intención de dar la información al pasaje de una forma coherente con su imagen de marca. La norma suele ser leerlo siempre, a pesar de que tras tropecientos vuelos ya te lo sepas de corrido, para evitar que alguna distracción o la memoria nos jueguen una mala pasada. Desgraciadamente la lectura obligada le quita toda la naturalidad al mensaje, muchos lo leen de carrerilla, sin entonación alguna, con la tan caricaturizada 'voz de azafata'. Uno de los gajes de este oficio es presenciar una y otra vez la imitación de esos mensajes y los movimientos de la demostración de seguridad. Bueno, lo único que suelen demostrar es que realmente no se han enterado de nada, por muchas veces que lo hayan visto y oído, además de una patente falta de originalidad. En fin, como gaje del oficio tampoco es que sea como para quejarse...

       En realidad, toda esta introducción tiene como objetivo hablar de algo totalmente distinto. La cuestión es que hace algunas semanas, tras un vuelo, me dejé olvidado este manual del que hablaba en un avión. Ahora no recuerdo en que país fue pero, en todo caso, lo suficientemente lejos como para darlo por perdido. El procedimiento en estos casos es que los empleados de seguridad lo entreguen en la oficina de objetos perdidos de la terminal. Normalmente llegamos a los aeropuertos con el tiempo justo para pasar los trámites de seguridad y preparar el avión, así que una visita por esta oficina no es una opción. Se podría pensar que no es una pérdida importante pero, con el tiempo, lo vas ordenando a tu gusto, lo subrayas, añades información de los destinos o de los códigos de las compañías, las circulares que te viene bien tener a mano... Por eso me daba tanta rabia perderlo. Y, por eso también, me hizo ilusión reencontrarlo, medio oculto entre todo tipo de objetos, en una caja de cartón en la oficina de firmas en Madrid. Algún compañero bien intencionado debió de hallarlo en el avión antes de que lo recogiera el equipo de limpieza, y tuvo la buena idea de llevarlo de vuelta a casa.


        La sorpresa llegó al revisarlo para comprobar que no faltara nada. En sus solapas seguían estando ese curioso díptico (de los que ya no se encuentran) sobre 'los deberes del buen tripulante', mi programación de vuelos y algún dibujo de Forges muy ad hoc. No sólo estaba todo lo que tenía que estar: había más. Entre todos los papeles encontré dos llaves electrónicas, de esas que ahora usan en la mayoría de los hoteles, de un lugar del que nunca había oído hablar. En cualquier caso, el nombre del establecimiento y el logotipo no dan lugar a confusión alguna. ¿Alguien dudaría acerca de la actividad que se desarrolla en un local situado en el Km. tal de una carretera de las afueras y llamado 'El conejo de la suerte'?


       Al visitar la página web de tan distinguido negocio, que se autodefine abiertamente como puti-club, no pude evitar sonreír al comprobar lo bien que se adapta el oficio más antiguo del mundo a las nuevas tecnologías. La sonrisa se me fue congelando al leer los comentarios que hacen los usuarios sobre las mujeres que allí trabajan. Prefiero no entrar ahora a comentar este tema tan delicado. Mi intención con este texto es compartir con vosotros este misterio: ¿Qué sentido tiene que me encontrara estas llaves en el manual?, ¿por qué dos? Imagino que no se hace uso de dos habitaciones en una sola visita. ¿Han llevado mi manual a este local en dos ocasiones? ¿Acaso este atento compañero solicitó a las señoritas en cuestión que le leyeran el mensaje de Bienvenida a bordo?

lunes, 25 de abril de 2011

La fortuna de vivir

       Estaba yo en mi casa, tumbada en el sofá y mirándome el ombligo... dándole vueltas a la cabeza (como siempre). A veces, mi mente me recuerda a una de esas bolas transparentes en las que meten a los hámsters para que hagan ejercicio, que no paran de rodar y rodar para no llegar a ningún destino concreto. Por ejemplo, ahora me pregunto: ¿cuál es el plural de hámster?, ¿hámsteres? y si ya está aceptada la palabra hámster, con su acento y todo, en el diccionario de la RAE (como acabo de comprobar), ¿la hache es muda?, ¿se dice "ámster" o "jámster"? En ocasiones ser yo resulta agotador, me encantaría llevar una conexión permanente con google en el cerebro para poder dar respuesta a todas las preguntas que se me ocurren constantemente.

       Pero, me estoy desviando del tema. La cuestión es que estaba tumbada en el sofá y mirándome el ombligo, pero no, como podría parecer leyendo esta frase, por un exceso de egocentrismo. Me encuentro de reposo obligado tras una operación de apendicitis, y me miraba el ombligo porque tengo que controlar la evolución de las cicatrices para asegurarme de que sanan bien. Pues bien, mientras observaba mi ombligo, intentaba averiguar si al insertar el tubo por él había desaparecido el lunar más original de mi cuerpo. Ese lunar con el que de niña siempre ganaba esas competiciones tan absurdas pero tan divertidas a las que todos hemos jugado alguna vez, en las que luchamos por demostrar que somos el más especial, el más listo o el más... la verdad es que de niño si eres el más de algo, ya te sientes feliz, casi cualquier cosa vale. "Tengo un lunar que nadie más tiene ¿a que no sabes donde está?" a nadie se le ocurría decir nunca "en el ombligo". Es una de esas características tontas que te hacen sentir diferente y que como mucho serían útiles para reconocer a la víctima en una novela de misterio. "¿Cómo está tan seguro de que se trata de Miss Higgins?, su cara está desfigurada"... "Tiene que ser ella: tiene un lunar en el ombligo"...

       Y me he vuelto a desviar. Decía que estaba tumbada en el sofá, mirándome el ombligo, comprobando que las cicatrices están cerrando bien y recordando a mi madre. Es verdad, esto último no lo había dicho. Es que mirándome la barriga y los lunares siempre me acuerdo de ella, porque a unos tres dedos del ombligo teníamos las dos dos lunares exactamente iguales. ¿Se hereda la disposición de los lunares? Tendré que consultarlo en google. Pues eso, que pensaba en mi madre y me miraba el ombligo y me imaginaba el tubo con la cámara que había entrado por el corte de su interior y me ha venido a la mente la imagen del cordón umbilical. La típica imagen de los documentales en la que se nos muestra a un plácido y hermoso feto flotando en el líquido amniótico sin que nada lo moleste, unido a través de ese cordón a su fuente de alimento. Protegido y, diríase que, feliz.

       Y he pensado, que si en su día a través del ombligo recibí alimento, esta vez a través del ombligo volví a vivir. A través del ombligo y de dos cortes más, por cierto. Estamos tan acostumbrados a oír hablar de operaciones de apendicitis como de ortodoncias, y fruto de esa familiaridad pocas veces se piensa en que el apendicitis si no se opera es mortal. No son estas líneas, ni lo pretenden, una reflexión a las puertas de la muerte, ni nada remotamente parecido. No he tenido miedo en ningún momento, y me mandaron al quirófano tan rápido que por una vez no tuve tiempo ni de pensar. Lo que sí estoy pensando ahora es que soy muy afortunada. Tuve un dolor y me presenté en una clínica de prestigio. Sólo tuve que identificarme como asegurada y al poco estaba siendo perfectamente atendida. Me han tratado con profesionalidad y cariño. Me han operado sin dilación y con la técnica más moderna y menos agresiva. Hasta han tenido en cuenta la estética a la hora de dejar más o menos marca. Ahora estoy de baja laboral mientras me recupero y nadie me discute que no debo hacer ningún esfuerzo en un mes para recuperarme completamente.

       A todos los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. A los que se quejan constantemente del país en el que vivimos. A los que al mínimo inconveniente que encuentran tachan esta sociedad de tercermundista me gustaría hacerles reflexionar. Si me hubiera tenido que operar en alguno de los países que con frecuencia visito no habría sido todo tan fácil. Por supuesto que me habrían operado, afortunadamente es una intervención habitual en casi cualquier lado. Pero el nivel de la sanidad a la que tuve acceso no habría estado a mi alcance económico o, peor aún, no habría sido disponible en absoluto. Dispongo de un seguro médico privado, es cierto, un seguro asequible y que pago con mi sueldo. Sin embargo, cuando mis padres se casaron mi madre tuvo que dejar su trabajo porque la ubicua y ahora tan moderna Telefónica/Movistar no admitía casadas entre sus empleadas. Y no era esta política una excepción entre las empresas. De hecho, mi madre necesitaba la aprobación de su marido para casi todo y no podía tener una cuenta bancaria propia ni salir del país sin su permiso. Hoy sus hijas tienen un trabajo estable, viajan por todo el mundo, tienen acceso a una de las mejores sanidades públicas que existen y, si quieren, a una privada cuyo coste pueden perfectamente asumir. Soy afortunada porque he nacido en un lugar del mundo y en un momento en el que una mujer puede ser quien quiera ser, un lugar y un momento en el que tus amigos te dicen "sé feliz de haber cumplido 40 años, porque ahora empieza lo bueno" cuando en algunos países la esperanza de vida no llega a tanto. Países en los que una mujer sólo vale por su capacidad reproductiva y no tiene más derecho que el trabajo.

       Pues, que estaba yo tumbada en el sofá y mirándome el ombligo, y me preguntaba si podré tomar el sol en la tripa cuando me lleguen las vacaciones, cuanto tiempo tendré que esperar para volver a poner duros los abdominales, esas y otras cosas me pasaban por la cabeza mientras me quedaba dormida y soñaba con otros países, con mis padres, con mi abuela, con las nubes... Segura en mi casa, protegida, plácida y feliz como ese feto tranquilo, bien alimentado, ajeno a todo mal y tan afortunado.

jueves, 7 de abril de 2011

Presenciar una aurora boreal

       Quién me lo iba a decir aquella noche, una de las primeras de la primavera, en la que, una vez más, luchaba contra el sueño mientras cruzábamos el Atlántico. Quién me iba a decir que pasaríamos sobre Groenlandia yendo de Madrid a México. Cómo podía saber que, al tocarme hacer la primera guardia, en vez de mala suerte la estaba teniendo buena. Cómo podía saber hace unos días al escribir esa ambiciosa lista de deseos que no iba a tener que esperar mucho para ver cumplido uno de ellos.


       Se enciende la señal de llamada de cabina, dejo el crucigrama sobre la mesita y sacudo la cabeza, al darme cuenta de que ya es la cuarta o quinta vez que leo la misma definición sin entender nada. Entro a atender a los pilotos esperando una petición de café o de conversación para ayudar a soportar la noche, que yendo hacia el oeste nunca acaba. Paso casi de puntillas por si alguno de los dos está echando una cabezadita y me sorprendo al encontrarlos a ambos más que despiertos: están agitados, ilusionados, felices. -"¡Mira!, ¡qué maravilla!..."

       Una luz verde y brillante como el ala de una mosca enciende la noche, preciosa pero lo suficientemente sutil para permitir apreciar las estrellas con toda su intensidad. Es más, parece que haya más estrellas que otras noches. Entre exclamaciones de admiración y de sorpresa me muevo de lado a lado de la cabina, observando a través de cada una de sus ventanas las formas caprichosas que adopta esa luz hechicera, que cambia constantemente, igual que el humo entre la brisa.

       Y tras la admiración de la belleza, la sensación de que la magia te envuelve, la consciencia de encontrarte en una nave que viaja por el espacio. Y no me refiero sólo al avión en el que estamos, sino al planeta que nos transporta, que es pura vida y que es frío a la vez, como un átomo sin sentimientos, pero que forma parte de un corazón latiente. Y me siento pequeñita como ese átomo, carente de significado e importante a la vez... y no me siento capaz de explicarlo pero, la alegría me posee y tengo ganas de reír y gritar: -"Entramos en velocidad de hiperespacio" y me imagino que al otro lado de la aurora boreal hay otra galaxia que nos recibe.

       Bromeamos con esa posibilidad, como si viajáramos en el Halcón Milenario, y Carlos me comenta que seguro que llegamos a destino con 10 años menos encima, que ya sería todo un milagro. De repente me doy cuenta de que hay que avisar a los demás compañeros y voy a buscarlos. Van entrando por turnos en cabina para no desatender nuestro trabajo y yo mientras tanto me pregunto: ¿y si fuera verdad?, ¿y si hubiéramos atravesado el espacio?
        Si a través de la aurora hubiéramos llegado a un universo paralelo ¿lo sabríamos?
       ¿Y si cada día sucede la magia y no la vemos?