lunes, 24 de enero de 2011

Con los pies en la tierra

       Sábado improvisado, sábado inesperado, sábado aéreo ¿cómo no? Tantos despegues en mi vida que soy incapaz de contarlos, tantas horas de ventanilla, tantos amaneceres entre las nubes y me sigue sorprendiendo la maravilla de volar. No me acostumbro a la belleza, la calma, la sensación de que todo está en su sitio cuando lo contemplas desde el aire.

       Y por mucho que me guste volar en cualquier cacharro que se levante del suelo (y a mí con él) no hay nada comparable a volar en helicóptero: ¡qué libertad!, ¡qué ligereza!, ¡qué sensación de tener el mundo en tus manos!

       Por eso cuando Isidro te llama y te pide que le acompañes a volar y quizá a comer por ahí, "ya veremos dónde, donde haya una H", no te puedes negar. Cómo negarte a la libertad, cómo renunciar a una buena conversación (esta vez sobre qué es arte y qué no), a una buena comida frente al mar, en un lugar escogido por puro capricho.

       Y al acabar el día. la sorpresa no ha sido el sol, la olas del mar sobre las rocas en Sitges, el vuelo sobre las viñas. La sorpresa ha sido el agradecimiento sincero de un amigo que ha disfrutado nuestra compañía. Él, que todo lo tiene, que ha puesto el cielo en mis manos, me da las gracias por compartir el día con él y con esa sencilla y sincera frase me recuerda qué es lo verdaderamente importante y me hace poner los pies en la tierra.




1 comentario:

  1. He tenido el placer de compartir la experiencia con Isidro y estoy absolutamente de acuerdo, lástima no disponer de más burbujas de tiempo para elevarnos sobre el terreno y ver las cosas con perspectiva.

    Josep

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